En 1830, John Henslow introdujo a su discípulo Charles Darwin en el fascinante mundo de los polimorfismos florales. Concretamente le presentó el caso de algunas especies de plantas hermafroditas que tienen dos formas florales que difieren en la altura y disposición de las estructuras sexuales femeninas: los pistilos. En una forma floral, los estigmas se encuentran localizados por encima de las estructuras masculinas (los estambres), mientras que en la forma opuesta, los estigmas se encuentran localizados debajo de los estambres.
Para entender la fascinación que este mecanismo sexual pudo ejercer sobre el joven Darwin, hay que ponerse en época: en ese momento, la mayoría de los científicos asumian el concepto “estático” de las especies, bien delimitadas en sus características al haber sido diseñadas por el creador. ¿Qué sentido tenía entonces el hecho de que algunas especies presentaran variaciones tan grandes entre sus individuos que hubiera que hablar de “polimorfismos”? El tratar de descifrar el origen y las consecuencias de este fascinante mecanismo reproductivo que presentan algunas especies de plantas contribuyó, sin duda, a modelar ese carácter curioso y crítico que llevó al joven Darwin a formular años más tarde su hipótesis de la Selección Natural. Pero los polimorfismos florales atrajeron tanto su atención que incluso dedicó un libro a su estudio. Desde entonces, una pléyade de investigadores siguen tratando de descifrar los misterios que rodean a este refinado mecanismo reproductivo de algunas plantas. Leer artículo entero