¿Es tan malo el robo con violencia?
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A medida que avanza el grado de conocimiento sobre cuestiones relativas a la generación de biodiversidad, se muestra cada vez más evidente que las interacciones entre organismos están en el origen de una parte importante de la diversidad de especies que pueblan la Tierra. De hecho, es complicado entender la vida de cualquier organismo sino es bajo el prisma de sus interacciones con otros organismos. Esa visión ancestral de que los organismos son como son porque si y no deben nada a sus interactores está siendo finalmente desterrada de nuestras fuentes de conocimiento.
De estas interacciones entre organismos, las mutualistas -aquellas en las cuales los participantes obtienen un beneficio mutuo- son posiblemente las más espectaculares. Procesos como la dispersión de semillas mediada por animales o la polinización de muchas plantas han llamado poderosamente la atención de muchos ecólogos y naturalistas. Y es que el grado de ajuste que se establece entre los actores de estas interacciones para obtener un beneficio mutuo alcanza, en ocasiones, una precisión exquisita.
Así, Darwin, en uno de los episodios más interesantes de su libro sobre la fertilización de las orquídeas, fascinado por la longitud del espolón donde se acumula el néctar de la orquídea de Madagascar Angraecum sesquipedale, pronosticó que debía de existir allí un polinizador de probóscide lo suficientemente larga como para poder acceder al preciado néctar que se ocultaba en el fondo del largo tubo floral de esta orquídea. Los años, una vez más, le dieron la razón. Darwin propuso que orquídea y polinizador habrían adquirido esos caracteres a través de un proceso de evolución paralela y recíproca que hoy en día conocemos como coevolución. Aunque en este caso concreto no está claro que la coevolución haya sido el mecanismo que ha producido este ajuste tan fiel entre orquídeas y polillas de probóscide larga, lo cierto es que la naturaleza nos regala multitud de ejemplos en los que el ajuste entre mutualistas es exquisito. Es fácil ver morfologías de flores que se ajustan perfectamente al cuerpo de determinados visitantes y viceversa. Sin embargo, igual que ocurre entre los humanos, pero posiblemente desde mucho antes, entre algunos visitantes florales también existe la insana costumbre de tomar lo que la naturaleza, y muchos años de evolución, no habían previsto… Efectivamente, en la naturaleza también existen los amigos de lo ajeno, que interfieren de manera violenta en relaciones mutualistas tejidas durante años de evolución conjunta. Los ladrones de néctar son visitantes florales que al no estar morfológicamente adaptados para obtener la recompensa floral que se encuentra en el fondo de largos tubos florales, acceden a ella a través de un agujero realizado en la corola.
Y esta interacción, con violencia para las flores, y en la que el visitante obtiene la recompensa accediendo de manera ilegítima (no utiliza la abertura “legítima” o natural del tubo de la corola para ello) tiene en la mayoría de los casos consecuencias nefastas para la planta: los polinizadores “legítimos” dejan de visitar las flores mancilladas y robadas, con lo cual éstas no dejan descendencia en forma de semillas.
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